Tuesday, October 18, 2005

copyleft


























Prohibido copiar©
Por Daniel Héctor
ilustración Logan

La propiedad más celosamente protegida en esta llamada Sociedad del conocimiento es la que produce el intelecto humano, por eso, los terratenientes de la cultura ya han decidido: NO SE PUEDE COPIAR.

Hubo un tiempo en que la cultura no tenía dueño. A las melodías, historias y saberes que los creadores populares elaboraban, el pueblo los hacía suyos, los reinterpretaba y enriquecía. La creación era una tarea de todos. Entonces, una línea muy delgada separaba al artista de su público.
De boca en boca, de padres a hijos, la cultura de los pueblos se fue gestando, amasada como un pan, para nutrir los sueños y el espíritu.
Los textos sagrados de la antigüedad: la Biblia, el Popol Vuh, el Corán, los Vedas, fueron creaciones colectivas de ignotos y sucesivos autores que relataron la historia y los mitos de sus pueblos, como también, sus costumbres y sus tradiciones.
La afanosa tarea de labrar la tierra, de seleccionar y atesorar las mejores semillas, de recoger los frutos que la naturaleza ofrecía, fueron conocimientos adquiridos a través de la cooperación social al cabo de miles de años de cultura comunitaria .
Con la aparición de la imprenta, el saber humano encontró un envase que lo materializaba, el conocimiento se multiplicó tanto como los autores, ahora ellos tenían la posibilidad de cosechar el fruto de su trabajo creativo, la propiedad intelectual.
Las primeras leyes relacionadas con los derechos de autor, establecían contratos comerciales entre los creadores y su público (la sociedad). De a poco, la cultura comenzó a tener propietarios y así, trazarse una ancha divisoria entre los dueños y los usuarios.
Estas legislaciones permitieron a los autores formar asociaciones para recaudar sus derechos, instituciones que con el tiempo se fueron desvirtuando, para convertirse en cotos de caza de las burocracias administrativas, donde lo recaudado se distribuye como si fuera un botín a repartir entre los autores consagrados (los que venden más). Las burocracias tienen todo el control sobre las obras, no se pueden copiar, reproducir, ni prestar, solo existe el uso tolerado; no se contempla la difusión sin fines de lucro y ni que pensar en la existencia de un fondo para el estímulo de los creadores noveles y desconocidos. Como se ve claramente, este sistema restrictivo no responde a los intereses de la cultura popular ni al de los autores en general.
Cuando nació el derecho de autor, tenía vigencia solo por 14 años, hoy, es un privilegio que se ha extendido hasta 70 años después de la muerte del autor.
Globalización mediante, las empresas culturales (audiovisuales y editoriales) trajeron a nuestras tierras, un nuevo obstáculo para la libre circulación de la cultura, el copyright. Gracias a este derecho, las multinacionales se convierten en dueñas de las obras de los artistas que comercializan (nacionales y extranjeros). En foros internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), se establecen legislaciones en las que se impone a sus países asociados, el registro de marcas, las patentes y el copyright. Esto significa una pesada carga económica para los países pobres y una gran fuente de divisas para los países ricos y sus empresas multinacionales (dueñas de los derechos).
La propiedad privada más celosamente protegida hoy, en esta llamada Sociedad de la información y el conocimiento es la que produce el intelecto humano.
Por eso, los bienes inmateriales creados durante el proceso laboral, en las empresas que se produce conocimiento, no son propiedad de los trabajadores, sino que pasan a engrosar el patrimonio de las empresas. La esencia misma de la explotación capitalista, subyace agazapada en este hecho. Las ideas del viejo Marx siempre regresan y parece que con renovada vigencia, en este caso, solo cambian de nombre los actores: al proletariado que produce conocimiento ahora se lo denomina: cognitariado y al capitalismo multinacional concentrado: globalización.

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El auge de Internet y de las tecnologías de intercambio de la información, brindan una posibilidad infinita al flujo del conocimiento, pero esto no se concreta acabadamente debido a que el motor económico predominante en la red, es la propiedad intelectual que hace que nada sea libre y que todo sea prohibido. Las industrias de la información han tratado de impedir, con éxito hasta ahora, este libre flujo, con el absurdo argumento que de esa forma la sociedad dispondrá de más y mejor información.
El desarrollo tecnológico se vuelve en contra de los mismos que lo producen. La serpiente se muerde la cola, (otra vez Marx). Las multinacionales que fabrican y venden videograbadoras, grabadores de CD y DVD, reproductores de mp3, escáneres, fotocopiadoras, samplers son las mismas que controlan a la industria audiovisual y editorial que se queja de lo que ellos llaman, piratería. Descaradamente pretenden que las leyes y los tribunales, los protejan del uso que la gente hace con la tecnología que ellos mismos les venden.
Paralelamente, cada vez son más las voces que se alzan y reclaman por una revisión de la legislación sobre patentes, copyright y derechos de copia que rigen en los EEUU, ya que lo que se decide en los Tribunales Americanos, termina siendo ley para el resto de los países del globo.
Estas voces son parte de un gran movimiento a nivel planetario, que quiere sentar las bases para la elaboración de un verdadero derecho de autor, a partir del cual, la creatividad de los pueblos, pueda liberarse del control parasitario y expropiatorio que las corporaciones multinacionales ejercen.
Pionero en esta causa libertaria, el movimiento Software libre liderado por Richard Stallman, irrumpió en el año 1984 con las banderas del software de código abierto, en clara oposición a Microsoft y el resto de las empresas de software, que escondían el código de programación de sus programas, para que nadie se los robe. Stallman reflexionaba: "Compartiendo los conocimientos la sociedad se beneficiará con mejores programas”.
Stallman acuñó el término copyleft, un juego de palabras que invierte el sentido del derecho de propiedad intelectual: cualquiera puede apropiarse de un conocimiento, copiarlo, modificarlo para luego distribuirlo modificado, lo que no se puede hacer es restringirlo. Precisamente lo contrario a lo que propone el copyright, lo que está al derecho (right) en realidad esta al revés (left), el copyright dice prohibido, el copyleft dice permitido.
El copyright defiende el derecho de los autores, el copyleft el de los autores y el de la sociedad.
Inspirado por este concepto en el año 2001, Lawrence Lessig, profesor de derecho de la Universidad de Stanford, creó la licencia Creative Commons (CC), con el objeto de extender el concepto de copyleft a todos los ámbitos de la cultura. Creadores de todas las disciplinas pueden proteger sus derechos de autor y también determinar los usos que permite y los que limita de sus obras. Cualquier obra que tenga una licencia CC puede ser copiada y distribuida libremente y siempre que se use, se debe mantener la atribución del autor original. A partir del 30 de septiembre Creative Commons comienza a funcionar oficialmente en nuestro país, culminando un proceso de varios meses que llevó adaptar el sistema a la legislación Argentina.
Estimulada cotidianamente por una sinfonía de bites, la gente quiere participar en la creación de una cultura colectiva, no se resigna a ser sólo el espectador que mira y que no toca, un consumidor que solo asiente.
La gente esta necesitando mucho más que los 30 segundos de fama que el sistema, con una sonrisa, propone. Bienvenido CC.
Información sobre Creative Commons Argentina
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